Lirica libre, el lugar de las letras de un escritor novel que día a día, trata de ser mejor...

Esta es la historia de un hombre que continua luchando contra su destino... Y confia en que vencera.

domingo, 21 de marzo de 2010

Inmortal - Cuco

Si hay algo ke amo del blog, es ke no todos podran leer esto, sino solo la gente ke de verdad sea necesario ke lo lea. Esta es la primera vez ke, no me kejo de ke no todos cheken lo ke eskribo.

En memoria de un gran amigo y de una de las personas ke, desde ke le konoci, siempre me estuvo apoyando y moviendo. Hasta pronto Cuco.

Inmortal

“-No te olvidare.
-Eso es, lo que significa ser inmortal.”
Dialogo de la película “El Reino Prohibido”.

Fragmentos de historias, de recuerdos, de pasado glorioso, de cosas que ahora son lejanas, de lo que fueron alguna vez otras vidas, otros sueños. Todo eso se congrega en mi mente.

Hace unos días se había gestado una interesante discusión en cuanto a los límites de lo posible y lo imposible. Hay cosas que son intocables, cosas que no deberían ser tocadas por nada, y aun así son llevadas. Tantas cosas.

Transitábamos la calle de los insurgentes cuando yo cavilaba en eso. Realmente lo que todos sabían es que hablábamos de las diferencias que hay entre “mausoleo, cripta y derivados” haciendo énfasis en las grandes señas particulares de cada cosa.

Como sea, yo fingía estar en el momento, aunque magistralmente pudiera estar ausente.
Es difícil juntar tantas cosas en una lluvia de ideas y más si esta no es solo una lluvia, sino un granizo de ideas.

Se trataba de todo tipo de cosas, pero realmente en ese carro, pese a que íbamos varias personas, solo hablábamos él y yo de las criptas, era extraño que solo los ausentes, los que no vivieron con toda su magnitud las consecuencias, éramos los que más hablábamos.

Retazos de esa conversación sobre los límites del poder humano eran recurrentes.

Insurgentes invariablemente era una de las avenidas más vivas de la ciudad, siempre en movimiento, siempre caótica, siempre con gente, siempre viva en verdad.
Los rasgos que marcaban la diferencia entre cripta y mausoleo no terminaron en una conclusión seria, simplemente se dejo del lado el tema y así se zanjo la discusión.

Yo nunca había sido del tipo de persona que, (a mi manera de verlo) es cobarde y quiere regresar el tiempo, cambiar lo dicho, lo hecho, las decisiones. No, no era lo mío. Yo era orgulloso portador de mis cicatrices, decisiones y por consecuencia, de mi destino.

Pero el momento al que me acercaba, me hacia desear que jamás hubiera existido aquel fatídico día lleno de tantos sinsabores…

“-La muerte es irreversible”

Retumbo en mi una de las frases de esa charla y la mirada de él amigo que dijo eso. Llena de todo menos de calma, era como ver a alguien que tiene ganas de gritar, pero que, por recato moral se guarda sus palabras, ya sean buenas y malas.
Era la mirada de alguien que trata de mantener la compostura, y por error (uno de esos pequeños errores imperdonables, como dice otro amigo) sale de su garganta esa línea mal habida de una tragedia que esta fuera de lo establecido, nace esa frase que termina con el velo de “mantener la cordura”.

Yo me sentía así, yo estaba de esa forma. Yo estaba en una posición similar.
Yo detestaba esta situación, pero de todas las gamas de posibilidades, yo había elegido mi papel y me aferre a él. Deje de lado los quejidos y gimoteos y opte por el camino del orgullo, del recuerdo, el antaño, el que hiede a viejo. Opte por portarme como hombre.

En todo el tiempo que llevo caminando sobre este planeta (para muchos nada, como lo son los moradores de la eternidad, para los jóvenes bastante) nunca había sentido de esa forma tanto dolor y a su vez, jamás lo había confrontado con tantas y variadas formas de suprimirlo, de callarlo, de hacerlo menos, de no permitirle que me llenara y me hiciera su esclavo.

Yo me enorgullecía de que me portaba como hombre, pero realmente no sé si sea así. Nunca he creído en la critica u opinión ajena, pero en este momento (ayer, ahora y sin duda, mañana) me pregunto…No. Quisiera preguntarles a las personas cercanas a mí:

¿Lo he hecho bien?
¿Me comporte a la altura de las circunstancias?

Pero, temo oír la respuesta. Temo escuchar cosas que no me agraden, temo.

“No, si se puede contra eso…”

No son palabras textuales, evidentemente tengo el recuerdo de la conversación, pero jamás es tal cual, un recuerdo fiel en estructura. En esencia lo es ciento por ciento, en como lo recuerdo textualmente no.
Evocar no es uno de mis mayores atributos y menos de forma fiel, pero es agradable decir que siempre recuerdo la esencia detrás de esas palabras. Y jamás olvidare esa pequeña pero importante charla.

Llegamos al lugar. Llegamos a visitar a un entrañable amigo, no, a un querido amigo, colega y brodi.

Nunca había estado yo en una situación así, pero me dio pena decirlo así que me porte igual que siempre, después de todo, no había diferencia. Consciente o no de lo que me rodea, siempre suelo ir feliz por la vida sin temores y preocupaciones, ignorante de los designios que mi sino tenga deparado para mí.

Hoy si podemos pasar, se incrementa mi ansiedad. Todos vinimos a hablar con él, pero yo no sé qué decir. Incluso uno trae escrito lo que va decir y yo…yo no sé qué decir.
Es confuso, porque tengo tanto que decir, tanto que callar y a su vez, no sé qué podría decir, no sé que podría enaltecer esa visita, no sé de qué manera podría hacerla trascedente, que engrose a la lista de momentos importantes, no de mi vida, del universo.
Lo justo sería que el universo entero callara un minuto, que se detuviera el tiempo. La realidad es que somos nada y por nosotros, el tiempo jamás se detiene, excepto si estás muerto.

“Los amigos se encargan de que eso no sea así…”

No. Que error más grande cometí al pensar eso. El tiempo quizá se detenga si mueres, pero jamás lo hace si alguien te recuerda, si alguien te rinde, no una ofrenda o tributo de incuantificable valor, sino cuando un amigo te recuerda y te ofrenda sus lagrimas y recuerdos, sus alegrías y proezas, es decir, cuando estás en la memoria de alguien más, ni siquiera muerto puedes estar “quieto”.
Relativamente, claro está, pero ese es el consuelo para los que sigan en este lado.
Estamos ahí, de frente a él. Supongo que debí pasar primero, pero no sabía que decir, estaba hasta mareado de la zozobra de no saber nada.

De nosotros cuatro pasa uno. Toca y dice su nombre “aquí está el Mike” se hace presente y le habla de los recuerdos, de que lo quiere y demás.
Pasa el segundo de nosotros. Le habla de lo mismo, de que le extraña, de que lo quiere y demás. Finalmente todos dijimos lo mismo ese día.
Pasa el tercero. Lee lo que le había escrito. A todos se nos quebró la voz, pero aguantamos, fuimos fuertes. Le dice que lo extraña, le agradece todo y que lo quiere y recuerda.
Paso yo. Me rio como estúpido, le digo que no se qué decirle, pero en esencia, mis palabras dicen que le quiero, que le extraño y que lamento que no pasaremos más tiempo juntos y que me duele, como a todos.

Nos alejamos un metro o dos para ver su cripta, para hacernos a la idea de que esas cenizas, una vez fueron no polvo, sino un hermano, una parte más del gremio, de este gremio.
No lloro porque me parezca débil o porque crea que es de maricas, no lloro porque mi papel, el que al menos trate de llevar es el del tipo fuerte, el de que pese a las circunstancias quiere salir adelante, el que lleva con orgullo cicatrices y nombres grabados. El que quiere ser un hombre de verdad.
No lloro porque no quiero que los demás se derrumben y me sigan, es una especie de ley no escrita (una de tantas de esta vida) si alguien llora, los demás pueden sentir su llanto y acompañarlo. Por eso, todos nos mantuvimos firmes, se nos quebró la voz, pero de ahí no paso.

“Pero si está muerto, ya no está contigo”

Es verdad, ya no está. Lo extraño y duele un chingo. Nunca creí poder sufrir tanto más allá del dolor físico. Que iluso fui al creer que no se podía sentir peor.
Pero tampoco es verdad, es como las palabras, presente quizá ya no esta textual, pero en esencia, está en todos nosotros. Sin quererlo llenamos el hueco en nosotros adquiriendo algunas frases, actitudes o conductas del colega del gremio que se adelanto.

Nos llenamos a nosotros mismos, sin jamás llenar el espacio que dejo.

¿Por qué?

Porque Cuco siempre está ahí, el está con nosotros siempre. En un brindis, en un recuerdo gracioso, en una remembranza de llanto. Al reír Cuco lo hace con nosotros, al estar contentos Cuco estalla de emoción, al llorar él es ese aliento de consuelo, al dudar de seguir el es ese empujón que hace la diferencia.

Si, no está más entre nosotros, pero el dejo huella, el nos marco. “Deja tu huella en esta vida” dice una canción y Cuco lo hizo, no una vez, sino en cada persona que conoció e hizo algo aun más profundo que dejar huella, el toco corazones, el hizo amigos, el vivió, el fue un hombre él fue un chingón, el fue un hermano.

El se llevo muchas cosas, pero como en la alquimia, son estados equivalentes. Nos dio y brindo alegrías, risas, emoción, satisfacción, logros, afecto, compañía… Dio solo cosas buenas, por eso a su largo camino, se llevo eso, los mejores deseos.
Tuvo un legado también, nosotros somos la prueba de ello. Un nuevo acierto, una nueva nota alta, que alguien se supere, un proyecto que avance, un escrito que se publique en un blog, TODO es en honor a quien honor merece.

No era una persona que deseas emular, tampoco era alguien a quien vieras arriba o debajo de ti, el era un compañero de aventuras, colega de estudios, hermano de borracheras, el era eso y más, pero la palabra que lo define es que era un amigo.

“Es que ya no está, contra la muerte no se puede hacer nada”
“Si se puede, el puede seguir vivo en nuestro recuerdo, lo podemos llevar en nuestro corazón. El recordarlo, Cuco está vivo”

Jorge

Claro, esa no es la frase tal cual, pero en esencia, eso es lo que dijo.

No es la forma que me gusta de estar vivo, pero es verdad, el vive en nosotros, en nuestra memoria, a nuestra lado. Aun así, quisiera poder tocarlo, chocar copas otra vez, decirnos “pinche pendejo” y reírnos de que somos tontos, el hablar otra vez de psicología o de sus expectativas de la vida, ponernos una peda y cuidarnos entre todos.

Hay cosas que jamás volverán, pero aun así, es hermoso haberlo vivido aunque ya no sea posible y este dolor, aunque es algo horrible, jamás me perdonaría “sanarlo” a costa de jamás haber vivido un periodo al lado de Cuco.
Es preferible sufrir esto mil veces (aunque me haga llorar, me descarne o me destroce) a una vida sin jamás haber conocido y compartido con el buen Cuco.
Adelantarse “No es de cuates”, pero no pasa nada, en su momento estaremos lado a lado y teniendo tantas cosas que decir, solo te diré sonriendo “Pinche pendejo, te extrañe un chingo” y seguramente reiremos.

Un año ya sin ti, este cabrón. Con el tiempo será más llevadero, pero, mientras tanto, sufriremos solo un rato. Pero eso sí, no es para estar eternamente dolidos. Como tú has brindado tu cuidado a todos, bríndanos tu fuerza para seguir en pie y viendo al frente y recordando con alegría el pasado.
Un año, el primero de muchos.
Un pequeño tributo, un homenaje de mis memorias de lo que fuiste, no solo en mi vida, sino en la de todos los que te tratamos. Una pequeña y gloriosa forma de recordarte y decirte “amigo” que se, que donde quiera que estés, lo estás leyendo y estas pensando “Pinche Beto”.
Te extraño Cuco, te extrañamos todos mas bien, pero bueno, gracias por haber dejado huella en esta vida en nosotros, gracias por ser un ejemplo y motivo y sobre todo, gracias por haber sido tan buen amigo.

domingo, 14 de marzo de 2010

Deja Vu



Era un día lluvioso en la ciudad. Llovía poco, apenas lo que se conoce como “chispeando”. Era una lluvia agradable para los que aman las lagrimas del cielo y molesta para los que se la pasan quejando hasta de los mas mínimos detalles. Para todos los gustos y posibilidades daba cabida este día.
En la ciudad de México se daban miles de historias, en todos lados, en cada esquina, mínimo una por cada cinco personas. Este lugar no era la excepción.
Me encontraba en mi habitual puesto de trabajo en el centro de Coyoacán. Ahí donde la iglesia repiquetea con sus campanadas y sus años de historia o donde los mimos ambulantes y los vendedores de ramos de flores conviven a gusto mientras los transeúntes aprecian las jardineras y las baldosas de la plaza.
Trabajo en un conocido café del lugar llamado “Yellow” que está enfrente del mercado de Coyo (como le decimos de cariño al ancestral lugar de coyotes) y debo decir que en ese pequeño lugar me han tocado conocer un buen repertorio de historias.
A veces en un día no pasa nada fuera de lo común. Que si el divorcio, que si el café con la novia, con la amiga, que si la chela pa’ agarrar calor, que los chismes de comadres, en fin. Días sin movimiento inusual y días mágicos.
Hoy mientras llegaba al trabajo pensaba eso cuando me preparaba poniéndome mi delantal para atender a los clientes. Observaba con calma a mí alrededor y note tres historias interesantes.
La primera era de un joven que discutía con su ex-novia sobre lo pasado. La segunda era de dos amigos que se reencontraban y hablaban de un sueño. De la tercera historia tuve más noción de que trataba por el hecho de que la mesa estaba cerca de la barra de servicio.
En esa mesa estaba sentada una mujer que algún día había sido poseedora de una belleza radiante. No es que en ese instante fuera fea o estuviera acabada, pero algo en ella parecía agotado, cansado, ya no brillaba como antes; insisto, eso parecía.
Tenía el cabello largo y pelirrojo, con un par de ojos grandes y expresivos color café, una boca delgada como línea , de tez blanca como porcelana y una nariz recta. Su cuerpo era delgado y aunque su vestimenta era sencilla (es decir nada que resaltara su figura en exceso o fuera llamativa) su cuerpo lucia bien. Era una mujer hermosa, pero algo le faltaba.
Parecía triste y tomaba un café negro solo. Miraba la calle como si esperara que alguna respuesta entrara caminando y se le mostrase. Incluso sorbía su café despacio, como si estuviera a la expectativa.
Y da la casualidad, que su respuesta si llego de la calle.
Un chico de cabello avellana y parado en picos, pálido y larguirucho se le quedo viendo al pasar por ahí con las manos metidas en sus bermudas. Portaba unos audífonos de esos gordos como de DJ. Mientras la veía se despojo de los audífonos con una mano y la miro con más detalle y detenimiento.
Sus caras me sonaban de algún lugar, no sabría decir porque razón, pero me eran familiares. Me conforme con pensar que al trabajar en un café era muy normal tener esas ideas tipo Deja Vu acerca de los clientes, aunque, nunca me había pasado. Pero bien decían que para todo hay una primera vez.
El chico de pelos parados se decidió y entro al café. Se me hacia raro que fuera así, y más porque iba directo a la chica. Ella parecía aun en las nubes, como si mirara a través de él o no se percatara de que existía. El chico se acerco a su mesa y se paro enfrente de ella, titubeo pero al fin le dijo que si podía sentarse con ella.
Lo supe por su ademan de señalar la silla, ya que su voz apenas fue un susurro. La chica triste salió de su ensimismamiento y lo miro como si fuera la primera vez que lo veía en años. Algo dentro de mi presintió, por la sonrisa tan radiante que le dedico, que ese era el algo que la completaba.
Rápidamente tome una carta y me dirigí hacia ellos. Como para algunas personas las novelas o el cine es algo muy importante, para mí lo eran estas historias que se gestaban en el café, así que yo quería estar en primera fila.
Al llevarle la carta note rápidamente que eran desconocidos. No hablaban como si eso fuera un reencuentro inesperado, pero tampoco como si fuera amor a primera vista. Era una situación extraña.
Al estar más de cerca también note que la chica triste tenía una cicatriz que parecía reciente en la frente. No sabría decir si era de golpe o de una intervención médica, aun así, seguía siendo hermosa. El tipo la miraba tranquilo, pero sus ojos reflejaban algo más, parecía como si la extrañara, como si de verdad le doliera no poder rozar sus manos o sus mejillas. Era realmente extraño.
Regrese a mi puesto en vista de que nada inusual pasaba y de que tampoco ordenaba nada el sujeto. En el instante que llegue a la barra alguien me pidió con un gesto la cuenta y maldije por lo bajo.
La elabore a la mayor velocidad que pude y en un par de zancadas la lleve. Para evitar otras distracciones me espere al lado del cliente hasta que me diera el dinero. En el poco momento que había despegado la vista no había pasado nada aparentemente. Solo estaban hablando.
Aunque el solo era muy poco decir. Se trataban con cuidado, al menos el a ella. Ella parecía fascinada con él, creo que estaba enamorada, pero en su fisonomía adivinaba un poco de desconfianza, o extrañeza. Diría que en si era la segunda idea, ella estaba desconcertada. Como dije, ella trataba con cuidado, parecía que no quería decir o hacer algo que le hiriera. Me parecía raro.
El cliente pago y requería cambio. “¡Maldición!” atine a pensar, otra distracción más.
Sin dilatarme un solo instante tome el dinero en un puño y me apresure al mostrador a tomar el dinero. Una mirada de soslayo e tranquilizo al ver que seguían hablando tranquilos. Sujete las monedas, las conté dos veces y al ver que era el cambio correcto lo tome y con paso raudo se lo lleve al cliente.
Me quede ahí recogiendo, finalmente mi trabajo era primero, además, desde ahí veía aun mejor así que era un plus.
Al mirar de nueva cuenta a la singular pareja vi como el chico sonreía con amargura. Era de esas sonrisas de película, de esas que hacen los actores cuando mienten al decir que todo estará bien. Era el mismo gesto de dolor oculto en una falsa mascara de calma. Sus ojos de pronto se tornaron cristalinos. No derramo lagrima alguna, pero se notaba que hacia un esfuerzo contra natura para evitar que esa mezcla salada brotara de sí.
El chico hablaba para desviar la atención de la chica, lo hacía con calma para controlarse también. Ella le escuchaba atentamente, y observaba su boca, sus ojos, su pelo, lo analizaba en pocas palabras. Le miraba de la misma forma que un niño observa un juguete que tanto había anhelado, o como si se tratara de un sueño.
De cierta manera la entendía, quizá finalmente se hubiera enamorado del chico o algo así, a todas podía pasarnos. Finalmente, el amor llegaba de cualquier parte de donde menos podías esperarlo.
Finalmente recogí todo y lo lleve a la barra y de nuevo me propuse observar todo a detalle. Aun había gente en el local, pero todas parecían enfrascadas en sus mundos así que parecía tener campo libre para mi observación.
El chico parecía hablar de cosas más serias. Aunque su semblante se mostraba herido por soportar algún tipo de carga emocional, sus movimientos corporales indicaban que hablaba de algo de relevancia, incluso su mirada se había tornado diferente. Aun parecía contener un hondo sufrimiento, pero, había un brillo difícil de explicar.
El chico la miro nuevamente y se llevo una mano al bolsillo. Seguía hablando, esta vez tenía una cara de duda extraña, parecía alegre pero el temor ensombrecía un poco su rostro.
Saco de su bolsa un papel y una pluma. Anoto algo y se lo entrego a la chica.
Al levantarse arrastro la silla y sonrió, esta vez convencido y le dijo una última palabra. Se despidió con gesto de mano y se marcho.
La chica le siguió con la mirada y lo vio alejarse. Sentí algo de dolor, no acabo como esperaba la historia.
Hizo el ademan de que le llevara la cuenta y rápidamente lo hice.
Al estar al lado de ella me miro y sonrió ingenuamente.
-Sabes –Se detuvo y miro mi gafete- Vanessa, ¿No te ha pasado que sientes que conoces a alguien de hace tiempo? Recuerdas gestos, ropa y tono de voz pero, no el nombre. ¿Te ha pasado? – Me cuestiono tranquilamente.
-Sí, justo hoy- Respondí- Como un deja vu.
-Si algo así- dijo dubitativa- Siento que así fue con él. Toma- Dijo al darme más de lo que marcaba la cuenta- Por responderme.
-Gracias y que tengas buen día.
Todo estaba claro ahora. Calle el nombre de la chica porque todo vino a mí.
Ella había sufrido un accidente y había perdido la memoria, una buena parte de ella, y ese era su novio. Qué triste su dolor.
Había estado cerca de esa persona que le permitía ser radiante nuevamente y ni siquiera lo sabía.
Bien decía un célebre autor que no había mayor tristeza que no poder tener a la persona que mas amas cerca aun teniéndola tan cerca de ti.
Ahora entendía el dolor de aquel chico, y el porqué, ella y yo, habías tenido un deja vu.