Lirica libre, el lugar de las letras de un escritor novel que día a día, trata de ser mejor...

Esta es la historia de un hombre que continua luchando contra su destino... Y confia en que vencera.

miércoles, 27 de junio de 2018

¿Ficción con valor moral?

Me interesaría saber si consideras que la ficción tiene un valor moral con la realidad y, de ser así, ¿dónde trazas la linea?

Dos preguntas, que me han tenido pensando de forma activa o pasiva en ellas, todo este tiempo. Ya me lo cuestionaba desde hace un par de años, pero el verlas materializadas de forma directa, a través de los dedos de otro amigo y colega, fue curioso.

En una época en la que el cinismo, la crueldad y la falta de sorpresa ante los horrores del mundo, de la humanidad, se vuelven la respuesta natural a lo que sucede, aparece esta peculiar pregunta.

Puedo decir que, de alguna manera tengo presente (como muchos lectores de fantasía), que este género no es tomado enserio por nadie. No tratare de hacer un ensayo de porque o repasar aspectos históricos. Me basta con decir que este género literario tiene su propia orden de premios (Hugo, nebula, locus), que a su vez se comparte con la ciencia ficción. Y esto da un gran margen para abordar el tema desde donde se deseé, por la razón que se quiera aducir. La mía es que una novela de este tipo, no importa como sea escrita o como sea innovadora en su manejo del lenguaje, nunca ganara un nobel de literatura porque en este género no existe nadie que sea capaz de maravillar con sus letras. Vaya, básicamente la literatura de fantasía (porque hasta en eso, la ciencia ficción está arriba de la fantasía), es más que nada un hobby, algo de risa, de broma, infantil, pues. Y por tanto sus aportes no son serios, no valen mucho.

Esa impresión me da cuando he tenido la oportunidad de escuchar o leer a gente destacada en el ámbito literario. Y la cosa no mejora si escuchas al lector común.

Básicamente a lo largo de mi vida, cuando he dicho que leo, obtengo algún tipo de desaprobación. Desde miradas burlonas hasta comentarios directamente mordaces aludiendo a que pierdo mí tiempo leyendo cuentos de hadas (este último comentario, me lo hizo una familiar). Sé que no soy el único. Los lectores de fantasía (en cualquiera de sus géneros, ya sea fantasía de seda, épica, de magia y espada o simplemente protagonizada por perritos y muchachas), estoy seguro que tenemos que atravesar por este tipo de situaciones en reiteradas ocasiones a lo largo de nuestra vida. Y esto tampoco se trata de un discurso incluyente, ni de que esto nos genera carácter o cualquier nimiedad así de alguna agenda o lobby de moda (esto último, dedicado a los conspiranoicos del mundo).

Nada más alejado de mi intención. Esto es solo una breve introducción a como es, a mi parecer, que la fantasía (y la ficción, en general) tiene todos los permisos para no preocuparse de nada social o moral. La fantasía no necesita educar, ni enseñar, instruir o forjar valores de ningún tipo. Tiene tantas licencias que si bien lo quisiera, podría ser peor que la más siniestra crónica sobre terrorismo actual. Sin nada de esfuerzo podría mostrar un mundo horrible que ninguna distopia jamás escrita pudiera describir. Hay tanta libertad, que los peores miedos sobre el infierno, serían algo de risa.

Porque la maravilla de ser considerada una especie de hermano mayor de la novela grafica (que recordemos, la novela grafica es ese hermano maduro del comic que no quiere ser confundido con ese muchacho sin sustancia, que es el comic), es que no levantaras revuelo de ninguna manera.

No ser visto, es una de las maldiciones/bendiciones más grandes que puede haber.

La fantasía me parece un ejemplo excelente por la premisa anterior. Quedaría más redonda mi ejemplificación si adoptara la novela policiaca/negra o la tan de moda en el país, narco novela. Es más, podría colgarme de una obra audiovisual, en cualquier formato y sería mucho más concreto y demoledor. Y aun así, me parece que mejor ejemplo no puedo tomar que no sea la fantasía en cualquiera de sus maravillosas vertientes.

El compromiso que adquiere la fantasía/ficción con el lector es muy grande, independientemente de sus diferentes peros o contras. No se trata únicamente de presentar un trabajo de calidad y que sea aplaudido por critica o por el populacho (y en este ultimo me incluyo, soy lector de a pie como cualquiera, antes que ser psicólogo o un escritor amateur. Siempre seré un lector común, y eso está bien. Aclaro porque así lo siento, más que por evitar herir susceptibilidades), que trascienda su género, sea premiado o haga que su autor ascienda al Valhala de la literatura/ficción de turno.

Va mucho más allá, pues finalmente, la ficción (en su totalidad), es una forma de expresar, de manifestar ideas y emociones. Todo buen discurso tiene eso, y al final de cuentas, todo manejo de la palabra llevara una carga que le haga inclinarse a determinada postura.

En nuestra fantasía clásica, el bien peleaba contra el mal y era algo muy claro y simple. El mal quería hacer daño al bien. Y los agentes del bien no pueden permitirlo. Y es así como he resumido la trama de 70% de todas las obras de ficción hechas. Un 20% restante son esas crónicas de vida cotidiana o que parece que no llevan a ningún lugar, más que la anécdota. El otro 10% es ese cine de arte aburrido de alguien comiendo por 7 minutos pastel… Perdón, lector/a constante, me deje llevar.

La manera en que muestras/narras/presentas algo, es un indicador de tu postura. Y es la forma en que muestras tu visión respecto a ciertos temas. Aunado al hecho de que es así como lo ves y lo sientes. Yo por ejemplo, detesto el cine de arte. En el párrafo anterior eso se hace evidente. No me gusta, claramente no lo respeto (pues me burlo), pero es mi opinión. Una opinión que puede ser aceptada, rechazada y siempre cuestionada. Desgraciadamente a veces, esas opiniones o puntos de vista, hay gente que los toma enserio e incluso los tergiversa.

No tengo a la mano nombres pero aun así, querido/a lector/a constante, piensa en cualquier noticia sobre “alguien” tomándose demasiado enserio “algo” y justificando así un “acto horrible”. El lugar común son los fanáticos de apellido religiosos. Ahora piensa en los fanáticos de las armas, en los social justice warriors, gente que apoya una causa social de manera violenta, muchachitos o muchachitas influenciables que creen que ellos también son –agrega aquí el nombre de ese personaje moralmente cuestionable y claramente nocivo- en turno.

Muchas obras de ficción (series televisivas, películas, obras literarias, videojuegos), aplaudidas por la sociedad, por la gente a pie, se escudan en decir que los hechos que presentan no tienen relación con ningún personaje verdadero, y que sólo son ficción.

Y entre líneas podemos leer: “no te lo tomes enserio, no lo pienses mucho. Soy una invención, una mentirita, no hago daño a nadie. Disfrútame”. Y eso estaría bien la mayor parte del tiempo. Me atrevo a pensar que incluso antes era algo sumamente simple. Escribías lo que te daba la gana, ya habría alguien que lo aplaudiría, ya habría quien quisiera que todos lo conocieran… y en contra cara alguien escupiría en tu trabajo y otro alguien trataría de censurar tu obra.

Por suerte hoy estamos en una sociedad que (en apariencia, en mi humilde opinión), permite todo con total libertad.

Desgraciadamente, la nueva censura es pensar diferente a lo establecido. Y es “nueva” porque estar en contra de la “libertad” de otros es censurar. Que ojo, no es lo mismo diferir que negar. Como sea, me pierdo.

La fantasía tendría la libertad de ser lo más nefasto en las letras, de mostrar lo más repulsivo sin tapujos y además se podría dar el lujo de ensalsar los horrores más grandes y las conductas más deplorables. Por dos sencillas razones. La primera es que la fantasía es un género “de a mentiritas”, como decimos acá, o en palabras más complejas, intrascendente y nulamente influyente en la humanidad y su devenir en el mundo. La segunda sería más o menos así: teniendo la libertad de poder hacer lo que quieras y que nadie te detenga, sin importar a cuantas personas ofende lo que hagas o pueda parecer molesto o peligroso, tienes autorizado hacerlo. Todas estas ideas progresistas y modernas te respaldan… y cuidado que alguien opine lo contrario.

Hasta aquí, podemos responder lo siguiente:

¿La ficción tiene un valor moral comprometido con la realidad? No. El autor se puede deslindar de expresar valores socialmente aceptados para con sus lectores. ¿Hay alguna línea que trazar? No. El cielo es el límite, si yo quisiera, podría escribir sutilmente en una novela de misterio como crear veneno y dar las medidas y métodos exactos e insinuar, que así es como se derroca un gobierno.

¡Y pobre de aquel que se atreva a incriminarme o rechazarme por tener estas ideas!

Y aun así, lector/a constante, ya sabemos cómo es esto… ¡Ay, vaya que sabemos!
Permíteme abogar, no por las buenas costumbres o los modales más adecuados… o peor, por los valores en turno. No, querido/a lector/a constante. Dame la oportunidad de hablar a la parte más radiante de la humanidad. Ese sector en nuestro ser (que está conformado de lo que tú quieras y creas), que nos empuja a ser mejores, a buscar el bien personal y común, a dar la cara y demostrar que por efímeros que seamos, merecemos trascender y cada minuto que estamos en esta tierra.

Permíteme hablar de la confianza que tengo en que somos capaces de vencer males terribles como: ese miedo que paraliza y nos obliga a segregarnos, la antipatía de extender nuestra mano o prestar nuestro tiempo a otros, la vanidad de creer que ninguna causa merece que invirtamos tiempo o piel en ella, el desprecio por lo desconocido, el cinismo de querer presumir que nada nos asombra y que somos entes insensibles. Y el peor de todos, el odio. El odio a todo. A lo diferente, a los que nos rodean, a veces incluso a nosotros mismos…
Bríndame la oportunidad, Lector/a constante, de creer en que podemos hacer mucho más de lo que solemos hacer. Que en cualquier momento, y no sólo en puntos de quiebre, somos capaces de entregarnos y dar lo mejor de nosotros. De que en cualquier momento y por mero gusto, rompemos nuestras cadenas, nuestros límites y aspiramos a ser mil y una veces más de lo que somos.

Juguemos a dar el beneficio de la duda. Ese en el que pensamos cosas tales como: que la amistad a veces sobra y basta para atravesar las grandes adversidades, que las sonrisas son encantamientos que pueden calentar a la más fría alma, que un niño alegre es uno de los mayores logros de la humanidad y de los adultos a su alrededor, que sin duda los lazos y la buena voluntad son más fuertes que cualquier temor, desconfianza o incluso desprecio. Creer, ferviente, religiosa y con conocimiento de causa por experiencia e ilusión, que el amor todo lo puede en verdad.
El amor en toda su expresión. Desde transmitir o sentir la emoción por otros o con otros, hasta destilarla en cada palabra o cada trabajo. Esa fuerza que parece que nunca tendrá freno y será, en la ficción y la realidad, el as en la manga y comodín por excelencia de nuestra especie.

Soy un romántico, me gusta soñar y divagar pero, tengo las ideas claras, todavía.

Si uno se compromete, si uno se entrega a lo que hace, buscara hacerlo más allá de lo requerido. Y no para romper barreras, por el reconocimiento, los beneficios económicos o el prestigio o infamia. Sino por que disfruta lo que hace y cuando algo se hace con esa pasión, otra alegría es compartir (no presumir, distingamos esta “sutil” diferencia).

Si uno llega al punto antes mencionado, verá en su obra, en este caso la fantasía/ficción literaria, algo más, y entonces, hará algo más.

¿Qué sería algo más? Ir más allá de crear una novela vendida o gustada, sino tratar de darle más esencia, de brindar una sustancia más rica a este trabajo. No hablo en cuanto al cuerpo como lo sería una trama solida, personajes profundos o un desarrollo hecho en ritmo y tiempo que los relojes le tengan envidia. Me refiero a dar un paso más allá.
¿Qué puede ser todavía más allá? Que el autor impregne esa obra de su ser, no nada más en sus letras o ideas, sino en sus sueños, intenciones y creencias. Eso es transgredir lo establecido. Que lo que hagas no solo lleve tu firma y característica mano de obra, sino que también dejes en ello un pedazo de ti. Parte de tu ser, esencia, ideas, alma o como le llames a esa parte intima y personal de ti.

Al hacer esto, nutres tanto a la obra, como a su submundo y a la realidad. Al mostrar opciones, al dejar ver otras caras y como otros transitamos una misma realidad que se nos quiere vender como idéntica para los millones de humanos que deambulamos por aquí, cuando en realidad no es así.
Con eso, al tener una postura, al mostrarte en parte de cómo eres realmente, ya te estás comprometiendo, tanto con la causa, con el género como con la humanidad.

Al haber llegado a ese punto, puedes darte el lujo de mostrar sin tapujos tu postura ante diversas cuestiones, morales en este caso. Es evidente que la moral es algo medianamente colectivo y fundamentalmente personal, y al ser un ejercicio de todos y único al mismo tiempo, al mostrar otra cara de una sola idea, estás haciendo algo que va más allá.

Es en este punto, donde me gustaría retomar las preguntas.

¿La ficción tiene un valor moral comprometido con la realidad? Definitivamente. No porque este obligada al ser una visión del mundo, como un genero o porque el autor este forzado. No tiene ni tendrá nunca el deber o la responsabilidad de educar e instruir. Sin embargo, no puede obviar el hecho de que tiene una responsabilidad, chiquita pero existente, en que es una idea (por reducir la escritura a algo tangible y comprensible), que se transmite. Al ser así, no es su deber moral educar pero, su deber es mostrar una visión (la del autor) de la realidad y aludir (de manera evidente o velada) a la grandeza de nuestra especie, que en una sola palabra, podríamos llamar como lo bueno. ¿Hay alguna línea que trazar? No. Lo bueno, lo positivo en la mayoría de acepciones, no tiene porque ser frenado. No creo que exista demasiado amor que lastime si es bien llevado con otras emociones y raciocinio para sazonar. Ni tampoco creo que se deba suprimir la tristeza o la crueldad, es parte de nuestra naturaleza y censurar lo que somos res mancillarnos… ahora bien, censurar no es lo mismo, ni de lejos que aplaudir o cuestionar algo. Mucho menos señalar la flaqueza o porque cierta conducta o acto agrede a nuestra familia, la humanidad. No debe haber un límite inquebrantable. Debe haber una responsabilidad honesta y genuina con lo que se hace.

Así es como podemos escribir sobre actos atroces, como el homicidio por ejemplo, y a través de un personaje (no necesariamente un discurso tratado sobre el bien y el mal a la Nietzche) y sus acciones o palabras, señalar que los seres que atentan contra el bienestar de otros por razones egoístas (o a veces las más honestas y coherentes), no son apreciados ni bienvenidos.

Imagina por un momento una narco novela que se cimentara en esta última idea y deje de romantizar a los villanos y hacer apología a su estilo de vida o decisiones. Cambia bastante, ¿no?

Me gustaría creer que podemos hacer lo último. Escribir de lo que deseemos, pero con criterio al hacerlo.

Finalmente, se que no siempre es así. Y las dos posturas, convivirán eternamente (me atrevo a creer) con nosotros.

¿De qué lado estas, querido/a lector/a constante?

1 comentario:

  1. Una observación curiosa que se me vino a la mente mientras leía tu entrada debido a que presentas las dos posturas, luego de escribir algo relacionado sobre Elantris, son esas cosas que están a la mitad del camino como las películas sobre muertos vivientes.


    Esas películas, las clásicas y no aquellas que enfatizan la ciencia ficción como Resident Evil, tienen más respeto que el resto del horror porque claramente son una alegoría a "algo" (ese algo ha cambiado a lo largo del tiempo) entonces ha habido una aceptación constante del zombi como alegoría y como crítica social que no tiene, por ejemplo el dragón.

    Hace poco me tocó que alguien me comentara que juego de tronos "la perdió" cuando en una serie casi histórica salió un dragón «que nada que ver» y creo que ese comentario expone muy bien lo que dices en los dos sentidos, la fantasía es el malquerido de la ficción, pero por lo mismo también es el más libre porque ese dragón podría significar multitud de cosas para muchos autores diferentes sin dejar de ser el dragón en si mismo.

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