Lirica libre, el lugar de las letras de un escritor novel que día a día, trata de ser mejor...

Esta es la historia de un hombre que continua luchando contra su destino... Y confia en que vencera.

domingo, 8 de abril de 2012

En mi.

El octavo de treinta días: Un intercambio de miradas.



En mí.



Me miras cuando te digo que quiero darte un beso, haces esa cara que dice que no y me miras molesta. Te vas corriendo, huyes de mí.

Regresas tiempo después, te digo que entonces te daré un abrazo. Me miras molesta, no te gusta, tu mirada me indica que yo debería saberlo, ya no es la primera vez que pasa, y eso creo que es lo que más te molesta. Dices “no” enfáticamente, y huyes de mí.

Regresas nuevamente, te hago una caricia en tu mejilla o en tu cabeza. Te haces a un lado, te portas de manera esquiva. Me miras molesta otra vez. Ya sé que eres huraña, que no siempre quieres “besos, abrazos y caricias”. Soy un necio y sigo jugando a molestarte, a forzar una sonrisa en tu cara. Te alejas lentamente sin dejar de verme, cuando ya hay buena distancia entre los dos, das la vuelta y huyes de mí.

Este tipo de jugarretas, y otras, se repiten a lo largo del día de manera indefinida. Pueden ser más de diez veces o simplemente repetirse dos veces, pero no importa. Normalmente escapas o evitas el afecto. Siempre huyes de mí.

¿En serio?

Hay veces que te lastimas. No sabes que hacer, veo la confusión en tus ojos. Me acerco a ti y trato de consolarte, te cuento alguna broma tonta y blanca o te digo que ya pasara y te “curo” la parte lesionada de tu persona.

A veces llegas llorando porque te han hablado feo o te han regañado. Lloras y corres mientras dices mi nombre. Miro en tus ojitos la tristeza y el dolor, pero a veces es necesario que eso pase, para que seas mejor persona. Te miro esperando que entiendas que te entiendo pero no hay nada que deba hacer. Te abrazo y consuelo lo mejor que puedo, podre hablar siempre de amor, pero soy muy torpe en esa materia aun.

Otros días me toca cuidar de ti. Ver que hagas todo lo que tienes que hacer y que no eches en saco roto esos hábitos que te harán mejor. Eres necia, eres renuente a hacer algo que no sea tu voluntad. A veces tengo que ser firme, antes me dolía hacerlo, ahora entiendo que es necesario. Me miras de manera retadora, pero no cedo. Esta vez no. Y lo entiendes, o eso espero.

Cuando llega la noche, y estamos a obscuras en la habitación, esperando principalmente a que el sueño te alcance. Me hablas, te gusta hablar, te encanta platicar y más cuando ya no hay nada que hacer. Me cuentas lo que más te gusto de tus películas, las cosas que te sorprendieron, lo que quieres para tu cumpleaños, que ya eres grande y te deje de tratar como una niña y más cosas así. Siempre tienes tus ojitos bien abiertos y clavados en mí. No puedo ver claramente, pero sé que me ves.

Pasan los minutos y tienes miedo. Disipo tus temores explicándote que no te dejare sola, que yo cuidare de ti hasta que papá y mamá lleguen, que no te dejare sola. Que todos te queremos y que tú eres nuestra princesa y el tesoro más grande de la casa. Te explico que sin ti, la casa se sentiría fría y vacía y que por eso, y más cosas, siempre te cuidaremos. No importa que te enojes, que digas que no te quiero, que no te cumplamos siempre tus caprichos o que a veces se te regañe o castigue. Te queremos, eso es lo que importa.

Te tranquilizas. Para que te sientas más segura hay días que te acaricio tu cabeza lo más tierno que puede hacerlo alguien tan torpe como yo, otras veces simplemente te acurrucas en mi brazo y tratas de conciliar así el sueño.

Tú posición favorita es hacerte bolita y dar la espalda a la derecha. Yo siempre estoy de ese lado, siempre me das la espalda. Normalmente clavas tu mirada en mí. De ese modo demuestras lo enojada, curiosa, atenta, triste o alegre que estas. Tu mirada dice más que toda tu cara o tus palabras.

Me das la espalda, te haces ovillo y se hace el silencio.

Entonces, como si supieras el poder mágico que hay en lo que dices. Esperas el momento perfecto y me dices “Te quiero”.

No me miras, nuestras miradas no se cruzan, pero es como si me desnudaras completamente con esas palabras, como si me dieras órdenes y yo obedeciera ciegamente. Yo también te quiero, respondo lleno de emoción.

Nuestras miradas no se cruzan. No huiste de mí tampoco. Ni repelaste de algo que te haya dicho y mucho menos respondiste por inercia o cortesía.

Nació de tu corazón decirlo.

Desde ese día, técnicamente nada cambia. Exceptuando que se te ha hecho más fácil y suelto decirme que me quieres, que soy tu hermano, que somos familia y que me vas a cuidar y nunca me dejaras solo.

Y te miro a los ojos al decírmelo y se que es verdad, y cuando yo te respondo, pones en mi tus ojos y me sonríes.


Tengo una hermana de 2 años y medio, esta es una breve historia mal escrita y poetizada de como es nuestra relacion.

De antemano gracias por leer y comentar.

1 comentario:

  1. Es algo demasiado tierno. No tengo mas que agregar.

    Termine de leer, buen trabajo kaikai, ¡sigamos adelante!.

    ResponderEliminar

Me interesa tú opinión.